lunes, 28 de marzo de 2011

La voz del mar, de Consolación González Rico

¿Quién soy yo? y ¿qué va a ser de mí? Estas son las dos preguntas que, a juicio del filósofo español Julián Marías, nadie debe orillar cuando se pretende comprender la vida humana. Hallar respuesta a estos interrogantes radicales implica reconocer lo que el propio Marías llamó el carácter futurizo de la vida, porque esta es una continua proyección hacia el futuro desde el presente, un arquero que tensa el arco y apunta la flecha. Sin ese afán de proyectarse en el futuro, la vida carece de sentido. El yo que soy ahora es inconcebible sin el yo que aspiro a ser y, para proyectarlo, debo tener en cuenta también el yo que he sido, mi yo pretérito: recapitular la vida vivida para averiguar si estoy siendo fiel hoy al yo que proyecté ayer. Entre todas las circunstancias vitales, la que con más fuerza nos obliga a echar la vista atrás y hacer balance es, sin duda, la presencia de la muerte.


Pero si la filosofía nos plantea las preguntas, la ciencia y el arte intentan dar respuestas. Consolación González Rico echa su cuarto a espadas y acota en su novela La voz del mar (Editorial Ledoria) el drama particular de una mujer cuyo proyecto vital ha sido truncado. Celia, la protagonista de la narración, echa la vista atrás para saber qué o quién le arrebató sus sueños y encontrar una respuesta a cada una de las dos grandes preguntas: ¿Quién es? y ¿qué va a ser de ella?


La autora nos presenta un relato en el que el narrador en tercera persona gobierna, ordena y distribuye la materia narrativa. En el ahora de la narración, Celia está metida de hoz y coz en el proceso de divorcio de su marido, un personaje repugnante, acabado ejemplo de machista cuya divisa es tener antes que ser, convencido de que todo se puede conseguir con dinero, incluso el amor de su hija. Y es, precisamente, el hecho de que esta, seducida por la vida regalada que le ofrece su padre, dé la espalda a su madre,lo que termina de destrozar la vida de Celia, que decide alejarse de la ciudad donde reside, darse una tregua y poner su existencia en orden. En otras manos, este esquema narrativo correría el riesgo de convertirse en una novela lacrimógena, cuando no empalagosa, y, sobre todo, previsible. Afortunadamente, la autora demuestra tener un excelente bagaje de lecturas a cuestas y un dominio sobresaliente de su herramienta, la lengua, que le han permitido salir airosa del reto con oficio literario. Lo sé: escribir bien es al escritor lo que el valor al soldado, pero corren tiempos en los que lo que debería darse por supuesto es motivo de alabanza.


Destaco el juego metafórico que nos propone la autora en la composición de los dos planos temporales de la narración: el ahora en que se sitúa la protagonista y su pasado. La novela comienza con Celia en una playa de Gerona, a una hora temprana que le garantiza la soledad en el lugar. Necesita reencontrarse con sensaciones ya olvidadas y entra en el mar, que poco a poco la va meciendo en su oleaje. En ese estado, comienzan a aparecer en su memoria episodios de su vida (la voz del mar) que confirman que veinte años atrás abandonó su sueño para adoptar otro que no era suyo. Veinte años dejándose llevar por el oleaje de la vida, sin voluntad ninguna. ¿Casualidad o destino? ¿Dónde está la responsabilidad de una mujer a la que el azar le une con un hombre que la desprecia y con el que forma una familia? Al mismo tiempo que los recuerdos la asaltan, el oleaje la arrastra mar adentro. De pronto, surge la posibilidad de que Celia se entregue a la muerte. Unos versos de Manuel Machado explican la elección por parte de la autora de este peculiar modo de concebir la historia:


¡Que las olas me traigan y las olas me lleven


y que jamás me obliguen el camino a elegir!


¡Que la vida se tome la pena de matarme,


ya que yo no me tomo la pena de vivir!


Una mujer sometida dos décadas al oleaje de la vida y ahora al albur de las olas del mar Mediterráneo que amenazan con destrozar su cuerpo contra las rocas. El lector, concernido por el drama personal de la protagonista, siente la angustia de la incertidumbre ante lo que puede ser un desenlace fatal. A medida que avanza el relato sabemos quién es Celia, pero necesitamos averiguar qué será de ella.


La pericia literaria de Consolación González Rico le permite armar un relato de inventiva y factura notables que sobresale por encima de la mediocridad que hoy asola el maltrecho panorama editorial español, entregado con entusiasmo bobalicón a vampiros, a novelas históricas de dudosa valía, a grandes nombres del establishment literario reconvertidos a meros funcionarios de la pluma que pontifican, entre bostezo y bostezo, sobre lo divino y lo humano desde alguna tribuna del cuarto poder, galardonados en grandes certámenes ad hoc, y a traducciones de la novela de turno del primer nórdico despistado que pasaba por Franckfurt. La de Consolación González Rico es obra con enjundia que rezuma saber hacer y amor por la literatura, a la que respeta en cada párrafo. Goza de buena salud la novela corta española, que discurre por cauces subterráneos, ajena al guirigay y al barullo de novedades y más vendidos, que no son siempre (¿pero es necesario decirlo?) ni los mejor escritos ni los mejor leídos. Paciencia. Entretanto, el buen lector tiene en La voz del mar una buena novela que le sitúa frente al drama de una vida sin que sea imperativo buscar al asesino acechando a la vuelta de la página. Cuando esta marea baje, arrastrará consigo la mayor parte de títulos que asedian al desorientado lector y solo quedarán en la arena obras de peso y poso. La de Consolación González Rico debería ser una de ellas. Depende de ustedes.